«Mala madre», Jeidi», «Esa vida que imaginamos» y «Especimen» son títulos que se repetirán mucho entre las lecturas veraniegas de este año, porque son novelas que están de moda, sus temas son bien íntimos y sus autoras son poco amigas de los pudores.

Por: Oscar Sepúlveda / Fotos: Bárbara San Martín

Son mujeres, son jóvenes y son escritoras. Sus novelas, de reciente aparición, están ganando lectores y, sobretodo, están perfilando a la nueva generación de la literatura chilena con el sello de la originalidad, la franqueza y el coraje para despercudirse de todo pudor.

Son Florencia Eluchans, 36 años, licenciada en turismo y autora de «Esa vida que imaginamos»; María Paz Rodríguez, 36 años, magíster en literatura, editora y escritora, autora de «Mala Madre»; Isabel Bustos, 4o años, licenciada en letras y estética, un máster en guión de cine y autora de «Jeidi», y Eleonora Aldea, 34 años, diseñadora gráfica, autora de «Especimen». Las reunimos en torno a un café para hablar de sus estilos, gustos y obsesiones, y descubrimos que, aun siendo distintas, se igualan en su fresco humor, su aguda mirada y en su pasión absoluta por las letras.

—¿Qué las motivó a escribir estas novelas?

Florencia: —Yo trabajaba en una agencia de viajes y me tocaba escribir artículos turísticos. Así me dieron ganas de escribir de manera más literaria. Me metí a u n taller y cuando me embaracé del primero de mis tres hijos, encontré que el tema de la maternidad daba para mucho, entonces me puse a escribir esta novela, que habla de la difícil decisión de tener o no tener hijos, de lo complejo que es la maternidad. Los tres embarazos los pasé mientras escribía esta novela. Me tardé cuatro años en terminarla. Tuve que investigar bastante, porque son historias para lelas, ambas sobre la maternidad, pero una en estos tiempos y la otra durante la Segunda Guerra Mundial, en Londres. Para mí fue súper visceral, gutural, porque yo a la vez estaba viviendo el proceso de embarazarme una y otra vez.

María Paz:—En mi caso había una historia familiar que me rondaba, que es la historia de mi abuela. Era una especie de mito, algo de lo que nunca se habló, que siempre se tapó. Yo quería escribir una novela que fuera realista. Mi libro anterior era muy experimental, entre comillas, así es que quise plantearme el desafío de escribir un libro de una historia familiar grande, que tuviera una prosa más realista, más lineal , y empecé probando a ver qué salía. De a poco fui encontrando las voces de las narradoras, pero el pie forzado fue esta historia familiar que era una especie de fantasma que nos rondaba y que tenía muchos componentes que la hacían muy sabrosa, muy literaria.

Isabel: —En «Jeidi», yo escribí la historia de Ángela, una niña de años, de campo profundo. Vive sola con su abuelo, por eso le dicen Jeidi. Su familia prácticamente es el coro de la iglesia donde canta. Un día sueña que se le aparece el arcángel Gabriel, quien le dice que va a ser la madre del segundo Jesucristo, y se despierta embarazada. Queda la zamba y canuta en el pueblo. Esta niña, que viene violada supuestamente por el abuelo o por el bombero, produce un gran cuestionamiento. La novela es la travesía de ella a convertirse en santa y a hacer de este pueblo un lugar que exista en el mapa.

—¿Hay un arranque personal en el tema?

—Ocurre que cuando yo tuve a mis primeras hijas, vivía en el campo, en Pencahue, al lado de Villa Prat, donde transcurre esta historia. Como yo estaba embarazada, solían decirme muchas cosas, como que, si yo tenía asco, mi hija iba a nacer muy velluda; o me mandaban hierbas para pasarme por la guata, si es que tenía síntomas de pérdida. Fui oyendo muchas cosas que son surrealismo puro y que en los hijos de estos campesinos ya se están perdiendo, porque hoy andan todos con el celular, con vergüenza de que sus papás usen ojotas. Eso me despertó las ganas de rescatar esas tradiciones orales.

Eleonora:—A mí, este libro me lo propuso mi editora, la Ro (María Paz Rodríguez).Yo siempre he escrito, pero he sido muy de compartir todo en blogs, en columnas, en redes sociales. Había gente que me leía, pero siempre en formato breve. Un día la Ro me leyó y tuvo la visión de que podría haber una obra más larga por ahí y me lo propuso. En verdad, yo me desvié hacia lo visual, pero desde chica quería ser escritora. Cuando salí del colegio, les dije a mis papás que quería irme a estudiar literatura a Santiago, y me dijeron que no. Así es que me quedé y estudié diseño gráfico, que también me gustaba. Entre tanto, seguí escribiendo lo mío y tomé talleres, uno de ellos con la María José Viera-Gallo y otro después con Alejandro Zambra. Ahí fue cuando sentí el espaldarazo y la Ro me impulsó.

–¿De dónde sacaste la idea de escribir cada relato a partir de las letras del abecedario?

—Eso fue porque yo estaba súper complicada. Tenía todo este material, pero no tenía cómo unirlo. Y estaba haciendo el diplomado de tipografia y lettering en la Universidad de Chile, donde nos encargaron hacer un «Especimen tipográfico». Le pregunté a un profesor qué era eso y me explicó que se trataba de indicar cómo se llama una tipografía, cómo es, qué elementos la componen, para qué sirve… De repente caí en la cuenta de que estos escritos míos son «mi especimen». Ellos dicen cómo soy, qué partes me componen, para qué sirvo, cuál es mi historia. De ahí se armó la idea de estructurar los relatos desde la A hasta la Z. La Ro lo vio y dijo: «¡Me encanta!».

—¿Cómo manejan ustedes el conflicto que debe tener todo escritor de si puede o no revelar mundos privados y secretos familiares, al contar sus historias?

Florencia:—Para mí fue heavy, porque yo escribí sobre una niña que no quiere tener hijos en una época en que yo estaba teniendo hijos. Entonces, esa contradicción de sentarme todos los días en el computador a conectarme con el personaje y estar esperando guagua, era bastante loco. Pero yo lo encontraba bonito, porque al final uno está lleno de contradicciones. De eso está hecha la vida, y yo creo que en parte para que uno no se vuelva loco. Ahora, es divertido el feed back: la mamá de una amiga me dijo: «¡La cara de buena que tienes y las barbaridades que escribes, Dios mío!».

 

—En tu caso, María Paz, debe haber sido muy delicado esto, por el tema que toca tu novela: esa abuela de cuya segunda vida no se habla en la familia, pero que es un secreto a voces.

—Cuando yo pensé este libro y lo empecé a escribir, sobre todo en su primera parte, me costó mucho amigarme con él. Lo escribí bien a contrapelo, no tanto por el pudor o la cosa familiar, que o sabía que eventualmente iba a tener que enfrentar, sino porque no lograba sintonizar bien con el personaje. Como nunca la conocí, no tuve mucha onda al comienzo. Entonces, siempre traté de que la ficción o la simbología detrás de esta historia fueran lo que le diera sustento y carne a la novela. De a poco salió la voz de Tiny, la alemana ayudante de ella, la voz de la nieta… Y empezó a aparecer realmente el personaje de María, la protagonista. Pero no tuve tanto miedo de exponer lo íntimo, lo familiar, esta ‘herida’ entre comillas, porque tuve mucho tino al usar y abusar de la ficción, para que fuera una novela que, aunque mis tías o mi mamá la leyeran, pudieran verla como una historia ajena, notan de ellas.

—¿Y al final cómo ha sido el feedback del círculo más cercano?

—Ha sido súper bueno, porque siento que en las familias siempre pasa algo y se termina hablando las cosas. Sobre todo en esta época. En ese sentido, creo que mi libro vino casi a constelar la realidad familiar. Yo lo escribí sin miedo. Si había que agarrarse con alguien, bueno, era parte de… pero no pasó; a l contrario, creo que hubo bastante perdón. Entre los mismos primos y tíos hubo una catarsis. Se juntaron por su cuenta —yo por supuesto que no fui, porque ¡me muero!—; después de leerlo me imagino que lloraron y ahí pasaron cosas.

—O sea, igual fue fuerte.

—Sí, fue fuerte. Bueno, a veces hay que hacer remezones en las familias para que se hablen las cosas y salgan los demonios.

—Isabel, ¿tú tuviste el conflicto de si contar o no las historias que escuchaste en el campo? —Yo nunca sería capaz de hablar de la vida real. ¡Me muero de miedo! Respeto mucho que haya escritores que lo hagan. lgual, todas las historias que yo tengo son ‘robadas, pero sin nombre. Cosas que he escuchado.

—¿Y Eleonora?

—En mi caso igual es distinto. Lo mío es casi pura realidad y exposición personal, de mi familia, de mi historia. Yo soy bien poco pudorosa, en general, así es que ya estaba entrenada para exponer cosas mías, pero uno cuenta cosas de otra gente y ahí traté de ser lo más sin vergüenza posible.

—Pero, ¿te pones algunos límites sobre lo que se puede o no contar en un libro?

 

—Hubo un par de cosas que sacamos de mi libro, porque consideramos que no pegaban tanto con el resto de los textos. Pero pienso que mostrar la vulnerabilidad, abrirse en lo más íntimo, en lo que más vergüenza da, es lo que hace que otros se conecten realmente con lo que tú escribiste.

Mis papás a veces me comentan que no sabían que me había pasado tal o cual cosa, que leyendo mis textos se desayunaron. Por ejemplo, en este libro conté experiencias de infancia que no fueron tan buenas, y mis hermanos me dicen: «Oye, ¿por qué no nos habías contado eso?». A mi hermano mayor le dio un poco de pena, mi hermano del medio se sorprendió, mi papá está enojado, pero porque él no sale lo suficiente. Me dice: «En el segundo me vas a poner más, ¿cierto?». Y mi mamá está chocha, porque el libro es casi sobre ella.

—Lo que ustedes hacen, ¿es literatura femenina, feminista o literatura no más?

Florencia:—Es complicado tildar la literatura. A mí me gusta hablar de los temas que me conmueven, los vínculos familiares, la maternidad, los conflictos con los hijos, la vida misma. Si eso es literatura femenina o no, no es mi problema. Eso sí, me ha llamado la atención que mi libro ha emocionado mucho a los hombres. Eso no me lo esperaba.

María Paz: —Cuando salió mi novela, siempre trataron de meterla en esa etiqueta de lo femenino, lo feminista o de la literatura de género. Yo soy reacia a esas clasificaciones, porque ¿qué es la literatura canónica al final? ¿Es literatura de hombres? Aunque casi siempre mis voces narradoras son mujeres y hablan desde lo femenino, por cierto, me interesa que me lea un público variado. Quiero cortar con esa etiqueta de que, por ser mujer y por escribir como mujer, soy femenina o feminista. ¡Somos escritores y escritoras escribiendo literatura!

Isabel: —Yo no me siento para nada feminista ni creo que mi libro sea feminista. Las etiquetas, en general, me dan lata. Me da lata la literatura homosexual, la literatura de blancos o la literatura de negros. A propósito, me llamó la atención un comentario que me hizo un amigo: «Oye, me reí un montón con tu libro, ¡qué curioso, siendo literatura de mujer!». Lo encontré bien machista.

Eleonora:—Yo sí me siento profundamente feminista. El solo hecho de ser escritoras y de estar haciendo algo que hace poco tiempo no podíamos hacer, es un acto feminista. Estamos ejerciendo libertades que antes no teníamos. En mi caso, yo lo acepto, lo asumo y estoy dispuesta a defender ese espacio.

—¿Prefieren leer o escribir?

Florencia: -Ah, esa es la gran pregunta. ¿Qué atroz! Si tuviera que elegir, yo te diría que leer… para escribir.

Isabel: —Yo prefiero mil veces leer.

Eleonora:—Yo también, porque conversar solo no es tan choro como conversar con alguien.

 

—¿Cuál es su escritor favorito?

María Paz:—Siri Hustvedt.

—¿Más que Paul Auster?

—O sea, él es el marido de Siri Hustvedt (se ríe). Ella es una tremenda autora. Tiene una mirada que llega profundamente en el otro. ¡La encuentro brutal! Florencia: —Yo, a la que más he leído es a Irene Nemirosvsky, que trata en cada uno de sus libros el conflicto que tiene con su madre. Isabel:—Uf, obligada a achicar la lista, me quedo con Bryce Echenique y Juan Rulfo. Me gusta cómo narran. Eleonora:—Yo admiro a Gabriela Wiener. Por cómo vive y por cómo escribe. Es latinoamericana, su escritura es íntima, es como salvaje, tiene una relación poliamorosa con su marido y una mujer… Y escribe con ese mismo arrojo y falta de pudor. Me encanta. Me vuelve loca. —¿Qué libro recomendarían a alguien que no conozcan mucho?

Florencia:—Acabo determinar «Cáscara de nuez», de MacEwan, y me fascinó. Él tiene una prosa preciosa y un humor increíble, ¡y eso que es hombre! (se ríen todas). María Paz:—¡Qué difícil! Ahora estoy leyendo mucha psicología y estoy alucinando con un libro que se llama «Encuentro con las sombras», que son varios ensayos de psicoanalistas junguianos, que hablan de los distintos vínculos desde las sombras.

Isabel: —Yo recomendaría «El nervio óptico», de la María Gainza, argentina. Me gustó mucho y creo que puede interesar a un espectro bien amplio de lectores.

Eleonora: —Yo me acabo de terminar «Terriers», de la Constanza Gutiérrez. Son cuentos chilenos, de niños en tránsito hacia la adolescencia. Tiene lenguaje simple y profundo a la vez. Leí una crítica de Juan Manuel Vial que destruyó este libro, pero yo aquí lo defiendo y lo recomiendo.//@revistacosas

 

 

 

 

 

Fuente: Cosas

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